lunes, 2 de agosto de 2010

Día 1

Al despertar, el día los recibía con un sol que los invitaba a iniciar la caminata. Ya divididos en grupos, los 30 expedicionarios desayunaron y partieron con rumbo noroeste, para encontrarse, unas horas más tarde, con un grupo de baqueanos y sus caballos, y así emprender el cruce del primer río, el Atuel, el mismo que, aguas abajo, cerca de San Rafael, era característico por su rápidos y por el famoso cañadón que formaba. Para Carlos, el cruce fue todo una experiencia, por momentos teñida por el temor a que el caballo trastabillara con su improvisado jinete arriba. En pleno cruce, el agua del curso llegaba a la panza de los animales y a las botas de los expedicionarios.

Una vez al oeste del río, se apartaron definitivamente del camino de ripio que seguía al norte, como una huella que buscaba la vieja mina de azufre en las nacientes del Atuel. Se encontraban ahora cerca de la margen norte del Río Lágrimas (afluente del Atuel) y la tarea era hallar un sendero al oeste, paralelo al Lágrimas, para continuar el camino. Faltaban cruzar todavía dos ríos más para armar finalmente el primer campamento según lo previsto. Si bien la pendiente no era muy marcada, la jornada tenía planificada una larga caminata. Es en esta etapa, que pese a ser los más grandes, Carlos y Adrián, que demostraban ser bastante experimentados en el terreno, encabezaban la caravana de grupos y eran tomados como referencia por los guías, para alentar a los restantes a continuar a buen ritmo en la marcha.


Después de unas cuatro horas de caminata, se toparon con el segundo de los obstáculos, el Río Rosado, que desaguaba en el Lágrimas de norte a sur. Para cruzar este surco encajonado pero muy caudaloso, debieron requerir de nuevo la ayuda de los caballos que los habían acompañado de un río a otro. Carlos y su compañero llegaron al mismo tiempo que los baqueanos, y debieron esperar al resto para emprender el cruce. Esta vez, la maniobra se presentaba un poco más familiar para los montañistas que nunca antes habían sorteado este tipo de accidentes geográficos. Los caballos parecían adaptarse muy bien a las condiciones del paisaje, ya que eran utilizados a menudo por la mayoría de los excursionistas que visitaban la zona del accidente del avión uruguayo, y que a diferencia de trayecto hecho a pié, en cabalgata, duraba un día menos.

Después del Rosado, la senda seguía en la misma dirección para llegar, al final de la jornada, al campamento uno, ubicado justo después de cruzar el último de los ríos que el camino impondría ese día: el Río Barroso. Todos los que llegaran hasta la margen del Barroso, deberían aguardar al resto del contingente, ya que este curso iba a ser cruzado de a pié. Es aquí donde la pericia de cada uno se ponía en práctica, evitando resbalarse con una piedra del fondo. Es que caer, aseguraba que uno se mojara integro, con el consiguiente riesgo de sufrir el frio del agua helada y las prendas húmedas. Cada aventurero sabía que en caso de que un compañero patinase dentro de las aguas, debían tirar de la cuerda para arrastrarlo hacia la orilla cuanto antes en el caso de que estuviera atado, o seguirlo aguas abajo hasta que pudiera salir por sus propios medios, e inmediatamente después, desvestirlo y darle ropa seca.

El buen sitio de acampe estaba del otro lado del río, pero el caudal podía obligarlos a pernoctar antes del cruce ya que a esa hora (entrada la tarde), el agua proveniente del deshielo montaña arriba, era mucha mayor que en la mañana. Finalmente la decisión de los guías fue la de atravesar el río evitando esperar al día siguiente. Sin sufrir ningún sobresalto, cada grupo cruzó con sus pantalones arremangados y sus sandalias ajustadas, preparadas para la ocasión. Después de una jornada donde Carlos había tenido la experiencia de vadear tres correntosos ríos y de haber marchado a buen ritmo liderando la caravana junto a Adrián, se predisponían a descansar. El día siguiente tendrían que caminar menos, pero la pendiente iba a incrementarse. La noche llegó y Carlos estaba contento, hasta ahora todo salía como estaba planificado, el disfrute todavía vencía al esfuerzo.




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